MARIÁTEGUI Y HAYA DE LA TORRE, coincidencias y diferencias.

 

De lo anteriormente expuesto llego a concluir que los pensamientos políticos de José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre desarrollados a fines del Siglo XX y a principios del Siglo XXI fueron más coincidencias que diferencias encontradas en el diagnóstico de la realidad peruana referidos en primer lugar a la situación vivencial del indigenismo, luego el liderazgo de una clase social dominante para instrumentalizar y liderar la revolución en el Perú.

 

José Carlos Mariátegui con su inspiración Marxista, adquirida por su involucramiento ideológico de jóvenes entusiastas intelectuales en Italia, desde donde observó la trascendencia de la Revolución Rusa de 1919, sostenía que el proletariado, por ser la población mayoritaria de entonces, debería conducir el proceso de cambio social y establecer un gobierno de una sola clase social, para redimir al indio peruano, organizándolo en forma longitudinal a través del ande, que enfrente al reto del imperialismo. Acción heroica que deberían imitar los países de América Latina.

 

Víctor Raúl Haya de la Torre con su propia inspiración, producto de su atrevida negación dialéctica del marxismo al que conoció y trató a través de sus más conspicuos discípulos en el mismo país Rusia, llegó a sostener que las tesis marxistas eran inaplicables a nuestro espacio tiempo indoamericano, por cuanto eran distintas realidades y por tanto las soluciones serían también, distintas.

 

Sostenía Haya de la Torre respecto a J.C. Mariátegui que, si tenían coincidencias en el diagnóstico de la realidad peruana, era obvio llegar a las mismas soluciones. Lamentablemente la prematura muerte no le permitió ver esa feliz conclusión.

 

 

En 1924, Víctor Raúl Haya de la Torre fundó en México un movimiento llamado “Alianza Popular Revolucionaria Americana” (A.P.R.A.), cuya finalidad era articular diversas voluntades que, inspiradas en la revolución mexicana, estuvieran dispuestas a impulsar un vasto programa de acción an­tiimperialista en todo el continente. Se trataba de un movimiento juvenil en el que Haya pretendía dirigir esas inquietudes que había encontrado en México y antes de su llegada a ese país, en Cuba, Panamá y el mismo Perú. El APRA también se inspiró en el movimiento de reforma universitaria que no era ajeno al impacto de la revolución rusa.

 

 

El año 1926 Haya resumió en un escrito los cinco puntos centrales del aprismo: 1.- Acción contra el imperialismo yanqui; 2.- Por la unidad política y económica de la América Latina; 3.- Por la internacionalización del canal de Panamá; 4.- Por la nacionaliza­ción de tierras e industrias; 5.- Por la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo.

 

El programa era lo sufi­cientemente amplio y radical como para que la Internacional Comunista, viera con relativa simpatía al aprismo y viceversa.

 

Sin embargo, desde entonces comenzaron a gestarse las diferencias. Una antesala de la polémica ocurrió en 1927 en el Congreso Antiimperialista de Bruselas, ese mismo año el aprismo fue agriamente criticado por los dirigentes de la Internacional Comunista en el IV Congreso Sindical Rojo (Moscú). Al año siguiente la polémica entre apristas y socialistas eclosionó en el Perú, cuando el APRA, de un movimiento latinoamericano, quiso convertirse en un partido nacional y adquirió por lo tanto un carácter de clase definido.

 

 

 

El Perú -en la concepción de Haya- era una sociedad donde prevalecían las relaciones feudales: la clase dominante estaba compuesta por un conjunto de gamonales, la industria se en­contraba apenas en sus inicios, la burguesía nacional era incipiente y el proletariado demasiado joven y numéricamente reducido. Las diferencias con Rusia eran evidentes. “Rusia ha conseguido emanciparse del imperialismo por medio de su clase proletaria, europea, organizada, fuerte y capaz de asumir tarea gubernamental a través de un partido de clase”.

 

A diferencia de los anarquistas, Haya no criticaba en sí misma a la Revolución Rusa, ni menos negaba sus logros en la construcción del socialismo. Tenía, en esos años, sólo reparos factuales. En el Perú, por tener condiciones diferentes, no podía repetirse el camino seguido por la revolución rusa. Además, en Rusia el capitalismo había surgido como consecuencia del desarrollo interno de ese país, mientras que, en América Latina, el capitalismo recién hacía su aparición como un derivado de la expansión imperialista.

 

En Indoamérica -como decía Haya-, el imperialismo tenía un lado negativo y otro positivo: Por un lado, acarreaba dependencia, subordinación y pobreza, por otro lado, traía capitales, desarrollo y progreso. Necesi­tábamos del capitalismo para poder en el futuro, construir una sociedad socialista.

 

La concepción que Haya tenía de la historia universal resaltaba las diferencias entre América y Europa, bajo la inspiración de Engels y una pretendida adaptación de la física de Einstein, pero no admitía en cambio saltos y reordenamientos en las etapas históricas: el paso al socialismo exigía previamente el desarrollo y el agotamiento del capitalismo.

 

El relativismo en algunas materias, contrastaba con el determinismo en otras. Por ello, Haya de la Torre, sostiene que la lucha contra el imperialismo no es de una clase social sino la posibilidad de crear un Frente Único de clases productoras explotadas por el imperialismo, que es su enemigo común.

 

Por tanto, ese Frente Único debería asumir el control del Estado para proteger y defender los intereses comunes de esas clases sociales que representan al pequeño proletario, al pequeño agricultor, minero, comerciante, industrial como a los intelectuales.

 

Para ese propósito, el Estado debería organizarse en un proceso de descentralización en la toma de decisiones del pueblo y un proceso de regionalización del país que sistematice los espacios poblacionales o pisos ecológicos en forma transversal, donde los pueblos de la costa necesitan de los pueblos de la sierra, como los pueblos de la sierra necesitan de los de la costa y, ambos necesitan de los de la selva como ésta necesita de los de la sierra y la costa.

 

 

Para demostrar esta afirmación Haya no sólo señalaba los rasgos feudales de la economía; insistía también en el reducido volumen de la clase obrera y su débil tradición cultural: “la ignorancia predominante de nuestras clases trabajadoras…”. Surge entonces la pregunta ¿Qué tipo de sociedad quiere construir el aprismo?  Es evidente que no se trataba de mantener la feudalidad ni tampoco, por lo menos en la terminología aprista, de desarrollar el capita­lismo. Se trataba de edificar, una sociedad en transición, adecuada a las condiciones de Indoamérica, es decir, una sociedad en la que una política de nacionalizaciones permitiera la edificación de una sólida economía estatal.

 

 

El Estado, bajo cuyo control quedarían las grandes empresas mineras y petroleras, estaría de esta manera en condiciones de negociar con el imperialismo, sujetarlo a las leyes del país e imponerle condiciones.

 

El Estado antiimpe­rialista que quiere construir el aprismo, está destinado precisa­mente a conseguir esos capitales y a encauzar su acción evitando que hiciera daño al organismo nacional, utilizando sólo el lado positivo. El proyecto implicaba pretender desarrollar la economía peruana mediante la articulación entre el Estado y el imperialis­mo. Aquí se daba formalmente una cierta confluencia entre el aprismo y los iniciales proyectos de un Estado para las mayorías del país, en una auténtica democracia”.

 

 

El instrumento de la revolución socialista era el partido, pero a diferencia de Haya se trataba de un “partido de clase” De acuerdo con las condiciones concretas del Perú, debía ser un partido socialista basado en las masas obreras y campesinas. Mariátegui creía que todavía no estaban maduras las condiciones para construir un partido comunista. Consciente de la debilidad numérica del proletariado, insistió en la necesidad de movilizar a los campesinos. En función de construir una sólida alianza entre esas dos clases, Mariátegui llamó la atención sobre el proletariado minero: “Los indígenas de las minas, en buena parte, continúan siendo campesinos, de modo que el adherente que se gane entre ellos, es un elemento ganado a la clase campesina”. El prole­tariado, además, no debía descuidar el apoyo de los intelectuales progresistas.

 

Haya acusó a Mariátegui de “teoricista” y “europeísta” quien se limitó al conocimiento intelectual del marxismo. Por otro lado, su marxismo nunca quiso ser la repetición del marxismo europeo, ni se caracterizó por su sectarismo o dogmatismo. Mariátegui significó el intento de fundar una manera peruana (o latinoamericana) de pensar a Marx. Al conocimiento del marxismo, Mariátegui añadió su familiaridad al socialismo europeo (la obra de George Sorel) y una gran compenetración con toda la cultura occidental de su época: Croce, Freud, Pareto, Barbusse, etc. Si sólo se hubiera limitado a estas fuentes, el marxismo de Mariátegui habría tenido un alto valor teórico, pero sin suficiente originalidad.

 

Su verda­dero proyecto fue fusionar este marxismo de raigambre occidental, con la tradición cultural peruana, específicamente con tres co­rrientes extraídas de nuestra historia: la producción acumulada por los intelectuales, al interior de la cual destacaban los indigenistas, quienes a la par que realizaban justas denuncias se esforzaban por descubrir y reivindicar los valores nacionales; el “comunismo” incaico, cuyos elementos persistían todavía en la comunidad indígena, dando sustento material al colectivismo en el agro y finalmente, las luchas populares, destacando las recientes jornadas obreras, como la lucha por la jornada de las 8 horas y las luchas campesinas, o el levantamiento de Rumi Maqui en 1915-16. Era necesario repensar el marxismo desde la experiencia peruana y, por otro lado, emplear el marxismo como un instrumento de análisis del mundo andino.

 

 

 

 

 

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